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Chica con un altavoz para ilustrar cómo los apodos influyen en la construcción de la identidad, cómo pueden afectar la autoestima y por qué funcionan como formas de presión

El impacto emocional de los apodos en la autoestima

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Raquel Molero

CEO y fundadora de Nalu Psicología. Psicóloga sanitaria especialista en trauma, personalidad y TCA

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Los apodos nos acompañan desde edades tempranas y, aunque muchos se perciben como bromas o gestos de cercanía, su impacto emocional puede ser profundo y duradero. Este artículo aborda cómo los apodos influyen en la construcción de la identidad, cómo pueden afectar la autoestima y por qué, en ciertos contextos, funcionan como formas de presión o incluso de microviolencia. También exploramos por qué algunas personas los aceptan sin conflicto mientras que otras los rechazan, y qué herramientas existen para poner límites cuando un apodo deja de hacer gracia y comienza a doler.


Cómo nos marcan los apodos: identidad, autoestima y límites


A raíz de un artículo publicado por la periodista Marita Alonso en El País, donde se abordaba el impacto emocional de los apodos, desde Nalu Psicología decidimos profundizar en el tema. Raquel Molero, directora del centro y psicóloga especializada en trauma y personalidad, fue una de las voces expertas consultadas para ese reportaje. En este artículo, ampliamos algunas de sus reflexiones sobre cómo los apodos, aparentemente inofensivos, pueden influir de forma significativa en la construcción de la identidad, la autoestima y los vínculos sociales.

Apodos en la infancia: cuando una palabra se convierte en una etiqueta


Durante la infancia, la identidad se encuentra en plena construcción, y la forma en que el entorno nos nombra puede dejar una huella duradera. Un apodo, aunque pueda parecer trivial, puede activar emociones intensas como vergüenza, inseguridad o exposición, sobre todo cuando hace referencia a aspectos físicos, emocionales o personales que el niño no controla.

El poder de nombrar: cómo influye en la construcción del autoconcepto

Nombrar es una forma de definir. Por eso, un apodo repetido desde edades tempranas puede terminar formando parte del autoconcepto del niño, especialmente si proviene de figuras significativas como familiares, profesorado o compañeros. Este tipo de etiquetas pueden limitar el desarrollo de una identidad flexible y dificultar la evolución personal.

De la infancia a la adolescencia: cambios en la percepción de los apodos

El impacto de un apodo también varía según la etapa vital. En la infancia, la influencia de los adultos es determinante; en la adolescencia, en cambio, el grupo de iguales se convierte en el principal referente. Es entonces cuando cualquier etiqueta no elegida puede vivirse como una amenaza a la pertenencia o a la autoafirmación. En la adultez, solemos contar con más recursos para cuestionar lo que nos han dicho, revisar lo que nos representa y decidir cómo queremos ser nombrados.

¿Cómo un apodo puede afectar a la autoestima?

No todos los apodos son inocentes. Algunos pueden tener un efecto claramente negativo cuando refuerzan estereotipos, vulneran la dignidad o hacen referencia a aspectos que están fuera del control de la persona, como su cuerpo, origen, género o alguna condición médica.

Apodos discriminatorios: microviolencias que dejan huella

En consulta, es frecuente ver cómo ciertos apodos se convierten en etiquetas que alimentan la vergüenza, reactivan experiencias dolorosas o afectan la autoestima. Para personas que han vivido bullying o situaciones traumáticas, un apodo puede funcionar como una forma de microviolencia emocional, sutil pero persistente.

Pero ¿por qué a veces se aceptan con orgullo? No todas las personas reaccionan igual frente a un apodo. En algunos casos, puede ser vivido con afecto, como un código íntimo entre personas con un vínculo seguro. En otros, puede asumirse sin cuestionarlo, simplemente porque su uso está muy normalizado o porque rechazarlo parece complicado.

El contexto y el vínculo marcan la diferencia. Cuando existe confianza mutua, un apodo puede reforzar la conexión emocional. Pero si la persona no siente libertad para expresar su incomodidad, el apodo deja de ser un juego y se convierte en una imposición. La clave está en tener la posibilidad de decir “esto no me gusta” sin poner en riesgo el vínculo.

El uso de apodos en grupos: afecto, presión o ambos

En algunos contextos, como entre grupos de amigos o compañeros —especialmente entre hombres—, el uso de apodos puede interpretarse como una forma de afecto enmascarado. Una manera de expresar pertenencia sin mostrar abiertamente emociones.

Estos códigos relacionales generan sentido de grupo, pero también pueden dificultar la posibilidad de poner límites o expresar malestar, especialmente en entornos donde mostrar emociones se considera una debilidad. Aquí, el apodo puede ser tanto una vía de conexión como una fuente de presión silenciosa.

Grupo de jóvenes en un instituto para ilustrar la noticia sobre el peso de los apodos en la juventud y la infancia

¿Qué hacer cuando un apodo genera malestar? Poner límites de forma asertiva

Si un apodo produce incomodidad o dolor, es importante abordarlo tanto desde lo relacional como desde lo personal. El primer paso es permitirnos decir que algo no nos gusta.

Hablar con la persona en un momento tranquilo, de forma privada, puede ser una vía eficaz para explicar cómo nos afecta ese apodo. A continuación, te dejamos algunas frases útiles que pueden ayudarte a comunicarlo de forma respetuosa.

Frases que te pueden ayudar a poner límites a un apodo que incomoda

«Preferiría que no me llamaras así».

«No me siento cómodo con ese apodo, te agradecería que no lo usaras».

«Entiendo que lo dices sin maldad, pero me gustaría que lo dejáramos».

Ser asertivos no es exagerar ni generar conflicto, sino expresar nuestras necesidades de forma clara y cuidar nuestros vínculos al mismo tiempo.

Además del plano social, también conviene explorar por qué ese apodo nos duele: qué parte de nuestra historia toca, qué necesidad refleja o cómo afecta nuestra autoimagen. En este sentido, el acompañamiento psicológico puede ser un recurso valioso para resignificar esas etiquetas y recuperar una forma de nombrarnos más coherente con quienes somos hoy.

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