¿Cómo acompañar a una persona que está viviendo uno de los momentos más tristes, desoladores y confusos de su vida?
Sobrevivir a la muerte por suicidio de un familiar o ser querido comporta una carga adicional a la muerte por infarto o causas naturales. Cuando alguien cercano muere de forma intencional y provocada, rompe nuestra concepción del mundo y lo que creíamos cierto. Nuestros afectos se tambalean y nuestra confianza y seguridad se rompen. Adicionalmente, la sociedad y el mundo en el que vivimos no saben cómo reaccionar o responder ante esto.
Aparece un momento de shock, estupor, de no entender, un momento donde el tiempo se paraliza y a la vez pasa demasiado rápido. Preguntas sobre el cómo y el por qué se aglomeran en la cabeza dejándonos sin fuerzas y sin espacio para asumir semejante realidad.
En los primeros momentos ofrecer compañía y calor humano podría ser suficiente, no hacer preguntas y dejar que el afectado pueda pedir lo que necesita y cuando lo necesite resulta de gran valor.
¿Qué ocurre pasado el tiempo?
En los días inmediatamente posteriores a la muerte por suicidio, el superviviente puede sentir inquietud, alteración del sueño, dificultad para respirar, tristeza, llanto, pensamientos negativos sobre sí mismo y los otros, pérdida de apetito y de energía. Opresión en el pecho, dolor de cabeza, molestias digestivas, temblores. El sistema se colapsa y desregula, reacción natural ante un evento traumático de gran impacto emocional.
Eventualmente puede aparecer la recreación mental de lo que imagina ocurrió, o la repetición de imágenes molestas y desagradables si presenció o fue testigo del suicidio, con las emociones y sensaciones que le acompaña. Ante esto, es común que el superviviente se queje de pérdida de la memoria para eventos cotidianos, dificultad para concentrarse e incapacidad para sostener una conversación sobre algún tema de interés.
Y cuando llega la culpa, el remordimiento, la duda de si se pudo haber evitado o haber hecho algo diferente, se despliega una lucha interna cruenta con gran desasosiego.
Cuando aparece la rabia y el enfado por lo ocurrido, el enfado con quien se ha quitado la vida, que probablemente el superviviente no se dé permiso para sentir, la esparcirá hacia el mundo y hacia sí mismo, pudiendo tener conductas autodestructivas.
El proceso de duelo tras la muerte por suicidio de un ser querido, es complejo y potencialmente traumático. Buscar ayuda profesional facilitará el tránsito por esta etapa.
Los amigos, la familia, la pareja, la mascota, el deporte, pueden ser recursos para apoyarse y mejorar. La montaña, el mar, actividades simples, pueden ayudar a que nos encontremos nuevamente.
La recuperación es posible, es posible mirar nuevamente con amor y gratitud. Es posible recolocar la pérdida y liberarse de tanto dolor, confusión y perplejidad.
Lisandra Quesada Martínez. Psicóloga Sanitaria. Especialista en trauma, trastornos de ansiedad y depresión, duelo.